La Teoría de la Ventanas Rotas trata sobre el contagio de las conductas inmorales o incívicas y surgió a partir de un experimento que llevó a cabo en 1969 el Doctor en Psicología social de la Universidad Americana de Stanford, Philip Zimbardo.

El experimento del Dr. Zimbardo, que se desarrollaba en dos fases, consistía en abandonar dos coches idénticos en 2 localizaciones distintas. Uno en el Bronx, por entonces una de las zonas más deprimidas y con más alto índice de criminalidad de Nueva York; y el otro en Palo Alto, zona de alto nivel económico de California. El objetivo del estudio era comprobar qué pasaría con aquellos vehículos en función del nivel social del entorno donde habían sido abandonados.

En la primera fase Zimbardo abandonó en las calles del Bronx de Nueva York, un vehículo con las placas de matrícula arrancadas y las puertas abiertas. No habían transcurrido ni 10 minutos cuando los vecinos comenzaron a acercarse y a llevarse piezas del vehículo. Cuando tres días después no quedaba ya nada de valor, comenzaron a destrozarlo. El segundo vehículo, abandonado en barrio rico de Palo Alto, California, siguió intacto durante una semana. Hasta aquí es un hecho que podría parecer lógico y esperable: habitualmente atribuimos a un entorno de pobreza las causas del delito.

En la segunda fase los investigadores decidieron romper una de las ventanillas del vehículo que permaneció intacto en Palo Alto, y ahí fue cuando el estudio se volvió más interesante: en pocas horas el coche sufrió los mismos episodios de vandalismo que había recibido el vehículo abandonado en el Bronx.

En marzo de 1982, gracias al trabajo de James Wilson y George Kelling, el experimento derivó en lo que hoy en día se conoce como “La Teoría de las Ventanas Rotas”. En un principio esta teoría se orientó al tratamiento y estudio de la criminalidad, pero hoy en día su aplicación cubre amplias áreas de nuestra vida: si en un edificio aparece una ventana rota y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas. La razón es que esa ventana rota envía un mensaje de deterioro, desinterés, despreocupación, ausencia de normas y reglas, incitando al vandalismo. Una ventana rota es capaz de disparar todo un proceso delictivo que tiene que ver con la psicología social y el comportamiento humano: una vez que se empiezan a desobedecer las normas que mantienen el orden en una comunidad, tanto el orden como la comunidad comienzan a deteriorarse a una velocidad sorprendente.

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Esta teoría se aplica no sólo para el orden público, sino para otras muchas facetas de la vida social. Un “cristal roto” podría equivaler a un descuido en el trabajo, error de objetivos, etc. Para una empresa que falsea la contabilidad para pagar menos impuestos, mentir a sus empleados resulta más fácil; si en ella se descuidan normas éticas, el ambiente laboral se deteriora; si lo que cuenta es la rentabilidad a corto plazo, se descuidan las normas de seguridad o la calidad del servicio, etc.

La no reparación inmediata de un daño emite el mismo mensaje a la sociedad que una ventana rota: la impunidad se permite y la degradación se propagará rápidamente. En conclusión, si queremos evitarlo, hay que arreglar la ventana rota cuanto antes.

Pero vamos un paso más allá. Extrapolando esta reflexión a nuestra vida personal: si recurrimos al autoengaño acabaremos creyéndonos nuestras propias mentiras y generando más; si no cuidamos nuestra relación de pareja y comenzamos a abandonar los pequeños detalles, estamos propiciando su deterioro. Hechos así, que podrían parecer irrelevantes pueden suponer la ventana rota que nos lleve a abandonar los buenos hábitos a medio o largo plazo y el deterioro de la situación. Quizás por eso, para conseguir un objetivo necesitamos equilibrio entre motivación, autodisciplina y enfoque de a dónde queremos llegar.

Cuando nos planteamos cualquier objetivo, es normal que aparezcan algunas ventanas rotas , pero lo verdaderamente importante en ese caso es estar así preparados para repararlas antes de que se dañen otras.

Siendo conscientes del efecto que produce esta teoría en nosotros y en quienes nos rodean, sería buena idea comenzar con una buena revisión de todas nuestras rutinas para detectar cuáles son nuestras ventanas rotas y evitar que alcancen un Efecto Mariposa en nuestros hábitos.

El filosofo Inmanuel Kant, a finales del siglo XVIII, avanzó este principio en lo que denominó el Imperativo Categórico: “actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal”.

Dicho de otro modo: ¿te gustaría que quienes te rodean mintiesen, robasen, defraudaran o destrozaran el patrimonio ajeno? Evidentemente no, así que no nos limitemos a no romper ventanas, sino reparémoslas cuanto antes para evitar males mayores. Asumamos que sólo nosotros somos responsables, con nuestros actos u omisiones, de expandir el daño o de repararlo.

Y continua Kant: “el fin o la aspiración de la persona moral no es ser racional, sino tratar a la humanidad siempre como un fin y nunca como un mero medio.”

¿Conocías esta teoría? ¿Estás de acuerdo en que se cumple?

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