Pensemos en la siguiente situación:

Una mujer camina sola por una calle oscura y comienza a tener la sensación de que algo va a suceder. Aparentemente no hay  ninguna razón lógica para sentir esa incomodidad: ni viandantes, ni ruidos, ni tan siquiera sombras que justifiquen esa sensación; de hecho todo parece tranquilo.

Sin embargo ella tiene esa sensación, esa intuición de que algo le va a ocurrir. Comienza un diálogo interno entre lo que siente en la boca del estomago y lo que su cerebro le dice: “seguramente son imaginaciones mías, todo está en calma, no hay peligro, pero… ¿Por qué presiento que algo me va a suceder y por qué lo siento en el estómago?”.

En 1907, el Dr. Byron Robinson, como consecuencia de una profunda investigación sobre las redes nerviosas alojadas en el abdomen y sobre cómo éstas regulaban los procesos digestivos, llegó a la conclusión de que nuestro abdomen alojaba un “cerebro secundario” que denominó Cerebro Pélvico-Abdominal. Este “cerebro” está formado por un núcleo de nervios diferenciados situados entre el bajo abdomen y la pelvis, conectados directamente con el Sistema Nervioso Autónomo. Este núcleo tiene la particularidad de estar formado por una alta concentración de nervios simpáticos, que son precisamente los que nos mueven a huir o luchar ante un peligro; están estrechamente relacionados con la supervivencia y se han mantenido a lo largo de la evolución de nuestra especie.

Esta teoría responde a la pregunta que nuestra mujer se hacía: lo que estaba sintiendo era que ella estaba intuyendo el peligro antes de tener evidencia racional de que ese peligro es una realidad. Y lo sentía antes porque ese “cerebro pélvico-abdominal” es el primero que percibe ese peligro y comienza a enviar señales al Cerebro Craneal para que éste comience a estar alerta.

Ese diálogo interno entre ambos cerebros es el que despierta la duda en nosotros sobre si algo va a ocurrir realmente o no, y el que a la vez nos persuade de que no hay razones lógicas para las sensaciones que estamos experimentado. Pese a que esas sensaciones son innegables, quizá por una cuestión cultural la razón nos lleva en muchos casos a inhibirlas, a no hacer caso de esa intuición y a darle más valor a la lógica.

El Dr. Robinson no era el único que planteaba esta teoría sobre la intuición. Mientras descubría las especiales características de ese núcleo de nervios, el fisiólogo británico Johannes Langley, de la Universidad de Cambridge, confirmaba su teoría de que ese “cerebro secundario” era capaz de funcionar de forma independiente al Sistema Nervioso Central y que llevaba asociado su propio sistema Nervioso, que denominó Sistema Nervioso Entérico.

A pesar de que durante décadas se ignoraron los estudios de Robinson y Langley, son múltiples las investigaciones médicas que se están llevando a cabo en estos momentos que, partiendo de las teorías de estos dos investigadores, están orientadas en re-descubrir la función de ese “cerebro intuitivo” , sus conexiones nerviosas y sobre todo desvelar si es ahí “donde habita la intuición”.

Y Tú….

¿Sueles hacer caso de tu intuición?

Cuéntanos algún ejemplo de una situación en la que, a posteriori, pensaste:

“¡Vaya… LO SABÍA!”

Nos encantará conocer tu experiencia.