Por ley de vida, los padres son los encargados de ayudar a sus hijos a que estos vaya siendo capaces asumir las responsabilidades propias de cada etapa de su desarrollo, a desarrollar su autonomía y a prepararles para vivir en un futuro de forma independiente.

Los hijos son fuente de satisfacción y de preocupación, unas veces uniendo a la pareja, y otras separándola. Cuando llega un hijo al hogar los padres se vuelcan en su cuidado, habitualmente a costa de limitar tanto su autonomía como personas como su espacio como pareja. Cuando a los hijos les llega la hora de independizarse dejan tras de sí una gran ausencia en el hogar familiar, generando en algunos padres lo que se conoce como ‘Síndrome del Nido Vacío’.

El Síndrome del Nido Vacío se refiere al conjunto de emociones negativas (vacío, tristeza, soledad, melancolía, ansiedad o irritabilidad, etc.) que experimentan los padres cuando un hijo se marcha definitivamente de casa, siendo el sentimiento de soledad y de pérdida los más importantes. El Síndrome del Nido Vacío suele afectar más a las madres ya que, tradicionalmente, se le ha asignado el rol de cuidadora de la familia, por lo que cuando sus hijos se marchan, el papel en el que se ha volcado durante años queda sin cubrir.

Algunos progenitores se resisten a romper los vínculos de dependencia, se aferran a su papel de padres para sentirse útiles, y llegan incluso a reprochar a sus hijos su desapego: “¡Con todo lo que yo me he preocupado por ti!”. Esa actitud de necesidad/dependencia no sólo limita la autonomía de los hijos sino el hecho de que los padres se emancipen de sus hijos. Otros progenitores, por el contrario, se aferran a su rol de padres para no asumir el hecho de que pudieran ser responsables de que sus hijos no tengan la suficiente iniciativa, ambición, autoestima y autonomía.

En muchas familias son los hijos quienes desean independizarse pero demoran el momento de salir de casa por no causar a sus padres una sensación de vacío. En otras familias son los padres quienes frenan la emancipación de sus hijos y, por tanto la suya propia, por su propio miedo a enfrentarse al futuro. Muchos padres temen que si, una vez que su nido queda vacío, van a poder seguir desempeñando el papel de padres como lo habían hecho hasta ese momento. La realidad es que padres e hijos seguirán siendolo mientras vivan: uno es padre porque tiene hijos, y viceversa.

El proceso de emancipación de los padres consiste en superar la sensación de pérdida que se produce cuando los hijos abandonan el nido. La emancipación de los padres no significa dejar de interesarse por lo que le ocurre a sus hijos, simplemente se trata de crear un nuevo modelo de relación.

La relación padre/hijo está construida sobre dos pilares: un fuerte vínculo emocional y largos e intensos años de convivencia. Padres e hijos son entidades independientes y autónomas y a esa independencia y esa autonomía es hacia donde debe tender una relación paterno filial sana. Padres e hijos, en un hogar emocionalmente saludable, caminan juntos, comparten objetivos y una filosofía de base, pero que mantienen sus límites respectivos.

Un modelo de crianza sobre-protectora propiciaría que los hijos no se sientan capaces tomar decisiones y que necesiten permanentemente del apoyo al que están acostumbrados: esos hijos están acostumbrados a que sus progenitores actúen, hablen, piensen o decidan por ellos y les cubran sus necesidades. Toda esta co-dependencia tiene una doble consecuencia patológica: que los hijos teman emanciparse y que los padres, temiendo por ellos, cada vez necesiten implicarse más en la vida de sus hijos.

El proceso de emancipación, tanto de padres como de hijos, no comienza cuando estos abandonan el nido, sino mientras se comparte el hogar. A medida que fomentan la autonomía de los hijos los progenitores han de cultivar su propia independencia; así, cuando el hijo vea que sus padres mantienen sus propios límites y su propio destino, aprenderá el valor de la autonomía. El proceso de emancipación consiste en ir preparando a los hijos para que asuman todas las consecuencias de su independencia; para ello los padres han de ser conscientes de que las obligaciones respecto a sus hijos deberían ser cada vez menores, mientras se preocupan de recuperar esos espacios y tiempos para sí mismos que dejaron de lado mientras sus hijos fueron pequeños y su prioridad era sacarlos adelante.

La independencia no es una circunstancia a la que se debe temer, ya que bien gestionada no significa ni abandono, ni ausencia, ni desapego. Una independencia responsable creará un area entre padres e hijos donde podrán vivir su relación de una forma equilibrada, sin verse ligados por la necesidad del otro y eliminará la posibilidad de padecer el Síndrome de nido vacío.

Emanciparse de los hijos, es decir, vivir la maternidad o paternidad desde otra perspectiva, es simplemente y llánamente una etapa más en el proceso de ser padres.

Tus hijos no son tus hijos son hijos e hijas de la vida, deseosa de sí misma.

No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen.

Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos, pues ellos tienen sus propios pensamientos. Puedes abrigar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.
Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer.

Tú eres el arco del cual, tus hijos como flechas vivas son lanzados.
Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea para la felicidad.

Kahlil Gibran